Ser un estudiante de primer año mudándose al corazón de Phoenix, pensé que el campus de ASU localizado en el centro de Phoenix se asemejaría precisamente a la gran población hispana de la ciudad y esa cultura me rodearía constantemente.
Eso no podría estar más lejos de la verdad.
Para algunos estudiantes que vienen de pueblos vecinos alrededor del estado, una transición de casa a Phoenix puede aparecer como algo pequeño y sin importancia. Puede que el campus en Phoenix está solo 40 minutos lejos de mi casa, pero nunca me había sentido más lejos.
Ciegamente creí que no sería una transición grande de mi pueblo natal, Casa Grande, pero con solamente un día en el semestre, ya me sentía a miles de millas lejos de casa.
Cuando miraba a mi alrededor cuando caminaba por el campus, solo veía blanco. El campus en el centro de Phoenix no se sentía nada como mi dulce hogar en Casa Grande.
Escuchaba ruido blanco y estaba constantemente rodeado de aspectos de una cultura que no me era familiar.
Por días, no escuchaba ni a una persona murmurar una palabra en español, después de toda una vida disfrutando de las noticias en español que sonaban cada mañana —ya que era el ruido de fondo predeterminado de mi infancia. El paisaje sonoro vacío me dejó extrañando also perdido.
Las costumbres a las que yo acostumbraba habían desvanecido, y con ellas también mi sentido de identidad.
Me sentía perdida.
Me sentía como si todo a lo que yo estaba acostumbrada sería imposible de recuperar mientras buscaba mi lugar en Phoenix. Me tuve que adaptar a este ambiente que era completamente diferente, dejándome confundida, sin saber con quién o a dónde ir. Hasta llegué a sentir como mi familiaridad de la cultura hispana se comenzó a desvanecer poco a poco.
Después de dos semanas, sentía que iba a reventar. De tanta ausencia de español a la variedad de pasta y carne desabrida, ya no podia mas.
Entonces, me fui a visitar a mi casa.
En cuanto plante mi pie sobre el umbral, me di cuenta de que se me había olvidado lo que era tener comidas caseras — los sabores, los olores, los — pues, todo. Era como si acaba de salir de una dieta llamada "múdate lejos de tu casa Mexicana y bajaras 10 kilos" por mi falta de apetito.
Mi madre siempre ha cocinado los mejores frijoles y burritos de carne asada, abundante de sabor y de amor. Solo pensar en la falta de condimento de los comedores de las escuelas me daba tristeza.
Con cada mordida, sentía más y más nostalgia. Pero no paraba ahí. Había una gran falta de sabor en la comunidad de Phoenix, una comunidad que yo esperaba que se pareciera más a la mía. Estaba tan acostumbrada a las especies, al color, a la variedad, cosas que apenas veo ahora.
Los olores que mi nariz extrañaba constantemente se han desvanecido. Siempre me encuentro extrañando la ráfaga de olor que llena el aire y me pegaba en cuanto llegaba a mi casa.
El aire fresco de mi dormitorio solo incrementan la separación por que su simplicidad me recordaba a las diferencias entre aquí y mi casa. Apreciaría mucho cualquier compañía de velas que podría inventar una vela que captura la esencia de una cocina Mexicana.
Para mí, sería el regalo perfecto.
Mientras mi nostalgia y falta de comunidad han cambiado mis sentidos, ahora paso mis días buscando un rincón de Phoenix que se parece a la comunidad en la que crecí.
Cada vez que escucho una palabra en español, casi me quiebro el cuello con la velocidad que volteo para ver a quien la murmuró. Pero he dejado mis expectativas de tener una cena casera en el campus en el centro de Phoenix, por que sé que es algo imposible de encontrar.
Aunque mi hogar no esté lejos de distancia, la diferencia entre culturas de una ciudad a la otra puede hacer que mi casa se sienta a horas, sino días de distancia.
Un hogar para mí no es solo un lugar físico. Es un olor, es amor, comida, un lenguaje y son costumbres.
Aunque se escuche cursi, el hogar está donde el corazón pertenece.
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